"Cuanto más violentamente me tratan, más violento me vuelvo, y cuanto mejor me tratan y más querido me siento, más hago por portarme bien".
Es la frase pronunciada por un menor víctima de reacciones abusivas institucionales en un Centro de menores, según la denuncia realizada por el Defensor del Pueblo.
Al igual que sucede con un ordenador, que sale de fábrica sin sistema operativo y por tanto sin capacidad para funcionar y ser de utilidad, las personas nacemos sin habilidades y sin un patrón de pensamiento propio preestablecido. Éste lo adquirimos e interiorizamos a través de los estímulos conductuales que recibimos mediante la observación de nuestro entorno: familia y amigos, distintos medios educativos y los otros medios no tan educativos que nos rodean. Por otro lado, desde nuestra primera infancia se nos educa utilizando el castigo o amenaza como principal método educativo, cuando está demostrado que desde el incentivo positivo a las conductas adecuadas se consiguen mejores resultados tanto en educación como para reconducir conductas inadecuadas, pero éste último método exige una mayor capacitación de la persona educadora (padres o profesores).
Tenemos cierta tendencia violenta asociada a nuestra capacidad innata de defensa, que está genéticamente evolucionada para lograr la supervivencia de nuestra especie, seguramente hubo un tiempo en el que fue necesaria esta violencia. Pero la mayoría de nuestras conductas violentas son aprendidas y se desarrollan desde la observación conductual, tanto de nuestro entorno cercano como familia y relaciones sociales como desde los estímulos audiovisuales como el cine y televisión. A pesar de observar como de forma recurrente estas conductas sólo generan otras conductas violentas en igual o superior proporción, y comprobar que no se obtiene nunca un beneficio real y tangible, seguimos actuando de forma contumaz con los mismos valores violentos. Esta situación está reforzada por el aprendizaje que recibimos desde las mismas fuentes anteriormente descritas, y que nos lleva a ver todo aquello que no consideramos como nuestro o próximo a nuestra forma de ver la realidad, como algo casi carente de valores humanos y por tanto de valor cuestionable. No olvidemos que en la actualidad, más que nunca, tendemos a considerar a la sociedad humana y al individuo en particular, como el epicentro del universo, y por tanto valoramos todo lo que nos rodea según su utilidad para nosotros, así tenemos a la naturaleza al borde del precipicio. La influencia de la publicidad en televisión es apabullante en este sentido.
Vivimos en una sociedad donde está demasiado presente la violencia y estamos estigmatizados mediante el aprendizaje de una violencia reactiva al más mínimo estímulo. Nuestra sociedad nos enseña, salvo en oasis como los centros educativos y algunos entornos familiares, que tenemos que reaccionar de forma violentamente proporcional a la afrenta recibida. Reconocemos frases y situaciones tan apegadas a nuestros entornos como: "cada cual tiene lo que se busca", "y si nos amenazan, que podemos hacer", "si eres malo te mererces lo que te ocurra" o la despersonalización absoluta del enemigo en cine o televisión.
No nos extrañemos de que como consecuencia de estas formas de educar, junto a la idolatría egocéntrica que generamos desde distintos entornos sociales en el individuo y reforzadas por la tormenta de derechos sin deberes con la que nos regalan los políticos por un puñado de votos, se produzcan aumentos en conductas violentas como las agresiones repetidas en centros sanitarios o escolares.
La enseñanza que encierra la frase pronunciada por este menor anónimo no es nada desdeñable, ojala la tuviéramos todos en cuenta cuando nos relacionamos con otros individuos y con nuestro entorno natural. Está demostrado que las conductas asertivas y empáticas llevan a fomentar conductas más pacíficas y colaborativas entre las personas y grupos sociales.
Al igual que sucede con un ordenador, que sale de fábrica sin sistema operativo y por tanto sin capacidad para funcionar y ser de utilidad, las personas nacemos sin habilidades y sin un patrón de pensamiento propio preestablecido. Éste lo adquirimos e interiorizamos a través de los estímulos conductuales que recibimos mediante la observación de nuestro entorno: familia y amigos, distintos medios educativos y los otros medios no tan educativos que nos rodean. Por otro lado, desde nuestra primera infancia se nos educa utilizando el castigo o amenaza como principal método educativo, cuando está demostrado que desde el incentivo positivo a las conductas adecuadas se consiguen mejores resultados tanto en educación como para reconducir conductas inadecuadas, pero éste último método exige una mayor capacitación de la persona educadora (padres o profesores).
Tenemos cierta tendencia violenta asociada a nuestra capacidad innata de defensa, que está genéticamente evolucionada para lograr la supervivencia de nuestra especie, seguramente hubo un tiempo en el que fue necesaria esta violencia. Pero la mayoría de nuestras conductas violentas son aprendidas y se desarrollan desde la observación conductual, tanto de nuestro entorno cercano como familia y relaciones sociales como desde los estímulos audiovisuales como el cine y televisión. A pesar de observar como de forma recurrente estas conductas sólo generan otras conductas violentas en igual o superior proporción, y comprobar que no se obtiene nunca un beneficio real y tangible, seguimos actuando de forma contumaz con los mismos valores violentos. Esta situación está reforzada por el aprendizaje que recibimos desde las mismas fuentes anteriormente descritas, y que nos lleva a ver todo aquello que no consideramos como nuestro o próximo a nuestra forma de ver la realidad, como algo casi carente de valores humanos y por tanto de valor cuestionable. No olvidemos que en la actualidad, más que nunca, tendemos a considerar a la sociedad humana y al individuo en particular, como el epicentro del universo, y por tanto valoramos todo lo que nos rodea según su utilidad para nosotros, así tenemos a la naturaleza al borde del precipicio. La influencia de la publicidad en televisión es apabullante en este sentido.
Vivimos en una sociedad donde está demasiado presente la violencia y estamos estigmatizados mediante el aprendizaje de una violencia reactiva al más mínimo estímulo. Nuestra sociedad nos enseña, salvo en oasis como los centros educativos y algunos entornos familiares, que tenemos que reaccionar de forma violentamente proporcional a la afrenta recibida. Reconocemos frases y situaciones tan apegadas a nuestros entornos como: "cada cual tiene lo que se busca", "y si nos amenazan, que podemos hacer", "si eres malo te mererces lo que te ocurra" o la despersonalización absoluta del enemigo en cine o televisión.
No nos extrañemos de que como consecuencia de estas formas de educar, junto a la idolatría egocéntrica que generamos desde distintos entornos sociales en el individuo y reforzadas por la tormenta de derechos sin deberes con la que nos regalan los políticos por un puñado de votos, se produzcan aumentos en conductas violentas como las agresiones repetidas en centros sanitarios o escolares.
La enseñanza que encierra la frase pronunciada por este menor anónimo no es nada desdeñable, ojala la tuviéramos todos en cuenta cuando nos relacionamos con otros individuos y con nuestro entorno natural. Está demostrado que las conductas asertivas y empáticas llevan a fomentar conductas más pacíficas y colaborativas entre las personas y grupos sociales.
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